Discurso del señor Ernesto Barros Jarpa, Profe­sor de Derecho Internacional Público de la Universidad, a nombre de la Facultad de Cien­cias Jurídicas y Sociales, para recibir al Doc­tor Luis A. Podestá Costa como Miembro Ho­norario de dicha Facultad.

Señores:

La Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Uni­versidad de Chile ha adoptado por unanimidad el acuerdo de otorgar al eminente jurista, señor Luis A. Podestá Costa, el título de Miembro Honorario, en mérito de su consagración al estudio del Derecho y considerando los relevantes ser­vicios que ha prestado ya y que deberá seguir prestan­do a la obra de «la cooperación intelectual que es el único fundamento duradero en que puede cimentarse la co­munidad jurídica de las naciones.

Una vez preparado bien el terreno, hecho el entrecruza­miento apretado de las fuerzas intelectuales de todos los países, el edificio de la organización jurídica permanente de la vida internacional podrá levantarse a prueba de toda clase de conmociones.

Tal vez ha sido un error de procedimiento el de favorecer la interdependencia económica entre los pueblos, antes de orear una verdadera comunidad espiritual; y la incertidumbre que todavía padece el mundo, con sus desconfianzas y riva­lidades, es posible que sea la expiación del pecado de haber hecho caminar adelante la relación material, mientras la de los espíritus quedaba rezagada.

Atribuimos por eso a la obra de Cooperación Intelectual toda su importancia, y sabiendo qué el Dr. Podestá Costa es el instrumento más efectivo de ella, queremos abrirle- nuestras puertas y darle así una demostración de que somos sensibles a la nobleza de su Misión y compartimos su concepto sobre la trascendencia de la vinculación espiritual en las relaciones in­ternacionales.

Conocemos, además, su obra como jurista. Pensamos que al darle un asiento de honor en nuestra Facultad, lo reinte­gramos fuera de su patria a un ambiente que en la suya, desde la cátedra de Derecho Internacional Público de la Universi­dad de Buenos Aires, honró, por muchos años, con destacado relieve.

Sus trabajos sobre «la responsabilidad de los Estados», entre muchos otros, abarcando un tema de aquellos que, según opinión dé los juristas, todavía no han madurado lo suficiente para la codificación, han esclarecido el arduo camino del pro­blema y señalado una senda para alcanzar el fin, conjugando armoniosamente la, soberanía de los Estados con el respeto de los derechos patrimoniales y de la persona humana en territo­rio extranjero.

No han pasado tampoco inadvertidas para nosotros las misiones delicadas e inteligentes que el señor Podestá ha lle­nado, en tristes momentos para la paz de América, y sabemos que su acción personal ante uno de los Gobiernos en conflicto no fue extraña a la oportuna solución que detuvo el horror de uña guerra reciente entre dos países hermanos.

Resulta así el nuevo Miembro Honorario de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, un hombre de plena aptitud para recibir la distinción que se le otorga, pues a sus esfuerzos por intensificar la vinculación intelectual y espiritual entre los pueblos, se agrega su notable capacidad de jurista y sus relevantes y felices condiciones dé diplomático. En este triple carácter, es el doctor Podestá Costa, un obrero de selección en la obra constructiva de la Comuni­dad Jurídica, Internacional; y su nombre prestigiará en lo fu­turo nuestra Facultad, en representación de la cual, ___y apre­ciando este hecho como un insigne honor para mí___lo recibo y le doy la bienvenida más cariñosa.

Discurso del Doctor L. A. Podestá Costa al ser recibido como Miembro Honorario de la Facul­tad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile.

Señor Rector, señor Decano, señores:

El acuerdo por el cual habéis resuelto otorgarme el título de Miembro Honorario de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, esta sesión solemne que habéis organizado para recibirme y las palabras, tan nobles como elocuentes, con que el señor Profesor Ernesto Barros Jarpa ha querido saludarme con tal motivo en nombre de todos vosotros, importan un homenaje al cual no podría correspon­der sino obligando todos mis reconocimientos más hondos, y significa asimismo de mi parte un compromiso, también de honor, de colaborar, donde quiera que el destino me conduzca, con los maestros, con los egresados y con los alumnos de esta Casa venerable, en la cual se cultiva con amor y se enseña con devoción la ciencia del Derecho. Este título es una ejecu­toria de ciudadanía moral, quizá el más alto que un instituto universitario puede conferir, sin duda el más amable porque abre las puertas del claustro espiritual, da calor y lumbre de hogar a quienes de otro modo habrían pasado algún día como simples forasteros.

Bien es cierto que siempre he tenido la fortuna de encon­trar en Chile y en los chilenos apoyo cordial, amigos sinceros y colaboradores comprensivos y resueltos. Para demostrarlo no necesito sino recoger las dos amables referencias a mi acción jurídica y diplomática contenidas en el hermoso discurso que acabamos de escuchar. Hace algunos años, cuando publiqué un trabajo jurídico sobre la responsabilidad del Estado, fue un chileno, maestro querido de la juventud y consejero ilustre en el Gobierno, don Miguel Cruchaga Tocornal, uno de los primeros en resumir y comentar con entusiasmo aquel estudio en su Tratado de Derecho Internacional y fue él quien aplicó más de una vez sus doctrinas cuando tuve el honor de ejercer las funciones de árbitro en los Tribunales de Reclamaciones mexicanas. Y si en los prolegómenos y en el desarrollo de la Conferencia de la Paz del Chaco mi acción personal no fue ex­traña, según acabamos de oír, a la oportuna solución que de­tuvo el horror de una guerra entre países hermanos, fue la acción, personal de otro chileno eminente, don Féliz Nieto del Río, realizada de inmediato ante el otro de los Gobiernos en conflicto, lo que vino a complementar y a hacer fructífero el esfuerzo iniciado, que de otro modo bien pudo ser estéril.

Si el árbol ha de juzgarse por sus frutos, puedo, pues, sin jactancia asumir el compromiso de seguir colaborando en tan grata compañía. La, cooperación intelectual entre los pueblos es empresa que apenas se inicia; ella parecería, inexplicable si se piensa que la difusión del pensamiento humano por la prensa y por el telégrafo es una realidad creciente desde hace un siglo. Pero se trata, ante todo, de una obra de comprensión y de or­ganización. En lugar de las fuerzas del instinto, contra las cua­les viene luchando el hombre desde que salió de la barbarie primitiva, debemos elevar las fuerzas del espíritu y de la in­teligencia, chispa imperceptible, débil luz qué a menudo en­vuelve y arrastra el torbellino de las pasiones, pero vibración inextinguible, aliento de vida que nos perfecciona y civiliza y que en día no lejano, desechando la desconfianza y los re­celos, permitirá construir la comunidad jurídica que asegure la convivencia pacifica de los pueblos. En esta labor tienen los pueblos de América y dentro de ellos las universidades una misión destacada. Yo me felicito, pues, de esta oportunidad tan honrosa y grata que me habéis brindado de ponerme en contacto fraternal con vosotros y os la agradezco en la seguri­dad de que ha de ser promisoria de una amplia y cordial cola­boración en el porvenir.